A lo largo de la historia la
lengua ha sido un instrumento de éxito, el medio por el cual muchos amantes de
la lengua han sido premiados. En español son varios los premios que reconocen
el prestigio de autores que, gracias al uso que han hecho de la lengua, han
creado auténticas obras de arte para el resto la humanidad. Así, el Premio
Nobel de Literatura –un galardón internacional– en los últimos años ha premiado
a personalidades del mundo de la lengua española como Mario Vargas Llosa,
Camilo José Cela o Gabriel García Márquez, entre otros. El premio Planeta,
concedido por una editorial española, ha premiado a Jorge Zepeda Patterson,
Clara Sánchez o Lorenzo Silva en los últimos años. El Premio Príncipe de
Asturias de las Letras ha destacado a autores como Antonio Muñoz Molina o
Augusto Monterroso en sus últimas ediciones. Del otro lado del continente
europeo también se reconoce la labor de autores como Jorge Volpi, Antonio
Skármeta o Ángela Becerra gracias al Premio Planeta-Casa América.
En este contexto, cabe
plantearnos algo: el componente básico de estos éxitos. Y no es nada más que la
lengua española que, aunque moldeada por la pluma de los galardonados, sienta
las bases del encanto que estos premios emanan. Aunque quizás sea hora de
premiarla a ella, y qué mejor manera que haciendo un buen uso de la misma.
Pero, ¿cómo podemos determinar en qué consiste el buen uso del español?, ¿está
relacionado con lo correcto?, ¿o más bien con la norma?, ¿qué importancia tiene
el uso cotidiano que hacemos de la lengua? Si tratamos de dar respuesta a estas
preguntas, quizás lleguemos a saber cómo premiar a nuestra lengua.
La Real Academia Española
establece el conjunto de normas que regulan la lengua. Sin embargo, ¿podríamos
afirmar que la normalización de la lengua implica un uso correcto de la misma?
Para muchos profesionales de la lengua, la corrección va más allá de la norma.
Martínez de Sousa, ortotipógrafo y lexicógrafo,
no destaca por acatar la norma en silencio, sino por argumentar de una
forma razonada sobre el uso de la lengua. Esto podría llevarnos a plantearnos
si el uso cotidiano de la lengua, que quizás no está registrado por escrito, es
algo digno como para considerarlo correcto.
Podríamos decir en este momento
que el término medio aristotélico sería una de las maneras de abarcar la
cuestión del uso o la norma de la lengua. ¿Es estrictamente necesario el
cumplimiento de la norma? O más bien, ¿habría que aludir a la razón y evitar
los sinsentidos de la norma? Estas preguntas quizás no tengan una respuesta
clara, ya que cada hablante puede opinar algo distinto. Pero, ¿realmente somos
dueños de la lengua?
La Real Academia Española parece
ser la madre que cuida de sus retoños. Sin embargo, estos retoños son de un
padre distinto cada uno. Algunos son claramente hijos del inglés; es el caso de
aquellas palabras incluidas en el diccionario como voces inglesas: marketing, copyright, software, etc.
Otros son hijos ingleses criados en países hispanohablantes: airbag, gay, espray,
etc. Otros son mellizos, uno de ellos hijo de padre inglés y otro de padre español:
sesión fotográfica/shooting,
mercadotecnia/marketing, ir de
compras/shopping. Y otros, aunque
hijos de padre inglés, no son reconocidos por el mismo: jipi, bluyín, güisqui,
cederrón, nocaut, jonrón, etc. Por otro lado, nos encontramos con los hijos de
la RAE de otro padre, la actualidad: mileurista, amigovio, feminicidio,
papichulo, birra, chupi, etc. Y luego ya, contamos con los bastardos de la
actualidad, aquellas palabras que no han sido ni reconocidas por la propia RAE
y que la actualidad se pregunta el porqué de esta discriminación, como follamigo
y Smartphone.
¿Cómo vamos a dar respuesta a
estas preguntas si la RAE no nos ayuda con un enfoque claro de la lengua
española? ¿Por qué no se ha adaptado *guei
en lugar “gay”? ¿Cuál es la diferencia con “güisqui”? ¿Es la RAE una
institución discriminadora o más bien una institución cuyo rumbo resulta
indefinido para los hispanohablantes? La verdad es que nos hubiera encantado
poder terminar el artículo con una respuesta clara a todas estas preguntas,
pero mejor os dejamos el debate a vosotros. ¿Sois dueños de vuestra lengua o
sois "acatadores" de la norma?